lunes, 25 de febrero de 2013

Capítulo 2



Por fin, la voz resonó en su cabeza y entonces supo lo que debía hacer. Durante tres días había estado completamente perdido. No había parado de andar, ni había comido, ni bebido. Entonces sintió abandono y desolación y decidió meterlos en la estantería mala. Eran muy pesados, le asfixiaba, le impedían andar cómodo, hacían que se tropezase y entonces se preguntó por qué no podría encontrar el dichoso tarro de “Felicidad”.  

Solo deseaba encontrarse a otra criatura que le hablase, que le dijese lo que tenía que hacer. Alguien que le orientase, pero nadie acudía a su encuentro. En la posada se había observado en un espejo y había decidido que le gustaba y entonces sintió orgullo. Era una sensación empalagosa y algo asfixiante, cuando la metió en el estante, el frasco empujó muy al fondo a los demás, y él había tenido que hacer un gran esfuerzo por mantener todos los botes bien visibles, porque todos aumentaban el frasco de felicidad. Decidió que “Felicidad” saldría de la estantería y se quedaría muy cerca de él, para impedir que ningún frasco de la parte “mal” se cayese por accidente y lo manchase todo.

“Te cruzaras finalmente con una mujer que guía a una mula encargada de empujar un enorme carro del que cuelgan todo tipo de objetos. Un par de niños mugrientos caminan a su lado armando jaleo y peleando”

Efectivamente, frente a él se hallaba dicha mujer, pero ahora, no sabía que decir, que hacer.

“Pide referencias…” Después vino el susurro inaudible característico y no tuvo más remedio que improvisar.

Cuando aquella voz le llegaba, sentía anhelo y al mismo tiempo una sensación extraña, y gratitud y muchas cosas más que no podía nombrar aun.

-Disculpe

La mujer se giró y le lanzó una mirada escudriñadora.

-¿Sabe donde hay gente? –La pregunta le sonó extraña, pero la mujer le miró como si fuese la cosa más razonable del mundo

-No, nadie lo sabe en realidad –Contestó con voz grave y algo ronca –Pero puede que algunos hipócritas aun resistan en palacio.

Aquella mujer desprendía una sensación un poco rara que no le gustó demasiado.  Sin embargo los niños desprendía felicidad y ella también lo hizo cuándo uno de ellos la abrazó con sus bracitos.

-¿A dónde vas? – Preguntó
-No lo sé.

Ella le miró curiosa.  Esa era una de esas sensaciones especiales que no eran ni de bien, ni de mal, ocupaban un tercer estante que no tenía nada que ver con el resto.

-¿Llevas comida?

Él se señaló el zurrón que había cogido de la posada.

-¿Y dinero? –Diciendo esto una sonrisa lobuna emergió entre sus labios.
¿Di-dinero?
-Veo que no, entonces ¿Solo tienes lo que llevas encima?–Entonces se echó hacia atrás y lanzo una fuerte carcajada.

No desprendía felicidad, no eran como las que él había lanzado hacía tiempo en la pradera, pero no tuvo tiempo de embotellarla y se escapó de sus manos demasiado rápido.

-Entonces camina recto, necesitas llegar a palacio.
-¿De verdad?
-Totalmente, yo debo alimentar a mis hijos –Dijo señalando a los pequeños  –Y no podré si tu vienes
-Pero ¿Por qué?
-Porque eres muy grande, apenas tenemos para nosotros. Por eso abandoné palacio. No había nada que hacer allí. La dama se marchó para buscar tierras nuevas, fértiles y placenteras. Nosotros creímos que podríamos aguantar sin ella, pero no pudimos; de modo que cuándo nos llegó su primera misiva, muchos la siguieron. Aseguraba haber encontrado una tierra nueva, recién creada, sus parajes estaban intactos y de hecho necesitaban de nuestra presencia.
-¿Por qué? –La interrumpió -¿Por qué necesitan de vuestra presencia?
-Porque de lo contrario desaparecen y nunca más vuelven a mostrarse y nosotros no podíamos seguir aquí.
-¿Por qué?
-Porque no podíamos mantenernos con lo que estas tierras nos ofrecían. Nuestros hijos no crecían lo suficiente, nuestros animales no podían abastecernos. No eran buenos tiempos. Aun así algunos se quedaron
-¿Por qué?

Por responsabilidad. Después se serenó todo, en palacio la situación es cómoda y agradable, tienen todo lo necesario, es su recompensa por mantenerse fieles a la dama. En palacio está su hogar y ellos se sienten responsables de este y allí se quedaran. Jamás podrá decir la dama que no tiene a donde ir, pues su casa, su verdadera casa la espera. En mi opinión, no volverá, ellos se quedaran ahí hasta que no quede nadie, habiendo muerto todos y después el palacio desaparecerá y san se acabo.

-Pero, ella se fue; sabiendo que eso podía pasar, es su casa ¿Por qué lo hizo?
-Por responsabilidad, nos debía un nuevo hogar, el anterior no podía con todos nosotros. Pero ahora todo está bien, hay un equilibrio tanto aquí como allí
-¿Y por qué te vas?
-Nuevas oportunidades ya sabes me dedico a… Yo soy partera, -Dijo rápidamente –Si eso, viajo al nuevo mundo para ayudar a que nazcan los nuevos niños, ellos me necesitan y yo iré.
-Sin embargo, yo creo que nací hace poco y tú no estabas.
-No puedes haber nacido hace poco.
-Lo he hecho
-¿Acaso recuerdas el momento, tu madre, el dolor y la alegría de verte, su calor, su fuerza, tu espíritu asentándose?
-No hubo nada de eso
-¡Pues claro que lo hubo!
-No, yo desperté solo en la pradera y mi cuerpo era nuevo, mi mente nueva y nada recordaba, pues nada había que recordar.
-Eso es distinto, no es un nacimiento, estoy segura.
-¿Por qué?
-Yo no lo sé –Admitió ella –Pero he visto muchos nacimientos, todos somos chiquitos y no hablamos y tú hablas, no razonan y tú lo haces. Quizás es  que estas hechizado.
-¿Por qué?
-Tampoco lo sé, es un presentimiento. Dime ¿Cómo te llamas?

Entonces se quedó en blanco ¿Cómo se suponía que debía llamarse?

-No me llamo
-Debes tener un nombre –Y al ver su mirada negativa se puso a gritar -¡Pero todo tiene nombre! Las flores son flores y se llaman flores porque alguien dijo que era un nombre hermoso y los demás estuvieron de acuerdo, lo mismo pasa con las nubes, el cielo, la tierra, el mar o la hierva. Todo tiene nombre para que así podamos hablar de ello. Yo me llamo Valania y mis hijos Pitt y Brodor
-No tengo nombre –Dijo él pensativo, luego no puedes hablar de mí, entonces nadie sabe de mi existencia, luego no existo.
-Y eso no siempre es bueno –Finalizó ella.
-Dame un nombre. Tú has ayudado a personas a nacer, has puesto nombres ¿Por qué no me das uno?
-Por responsabilidad –Al ver la su cara inquisitiva ella explicó –Es un sentimiento extraño, pero muy importante. La responsabilidad conlleva obligación y viceversa. Si te pongo nombre seré responsable de tu existencia y por lo tanto de ayudarte a existir; pero ya tengo muchas responsabilidades. Aunque lo desee, no puedo hacerlo, tenemos un cupo máximo de responsabilidades.
-¿Y qué pasa si lo superas?
-Pues que todo se te viene encima y no puedes cumplir las obligaciones, y al no hacerlo viene la infelicidad.
-De modo que es un mal sentimiento.
-Yo lo calificaría un sentimiento de transición. Si eres responsable, cumples tu obligación y si cumples tu obligación eres muy feliz. Si por otro lado no eres responsable, no cumples tu obligación, entonces no eres feliz. El mundo se rige por obligaciones, es decir, por responsabilidad.

Él asintió y se puso a meditar. Ahora tenía un nuevo estante, el de los sentimientos de transición. Allí colocó a la responsabilidad. Después se puso a pensar, la curiosidad también iría en ese estante; porque las respuestas a las preguntas no siempre eran satisfactorias, luego no siempre producían felicidad.

Capítulo 1 (Segunda parte)



-… igual que los sueños.

Suavemente Jimena cerró el cuaderno. Por unos instantes se sintió estúpida, Oscar no despertaría porque ella le leyese las aventuras de un personaje ficticio; pero estaba desesperada. Se sentía inútil en aquel lugar, viendo como su vida pasaba, como el verano inundaba todos los huecos y daba por terminado su primer año en la carrera de medicina. Todos en el mundo debían cumplir una función y ella se había propuesto despertarle como fuese. Según la abuela, ese tipo de sueños no eran eternos, siempre y cuando la gente supiese tocar el botón exacto.

La puerta se abrió levemente detrás de ella y la luz artificial del pasillo inundó la habitación. Un joven de unos veinticinco entró sigilosamente y carraspeó nervioso al ver la figura de Jimena ocupando el lugar que le correspondía.

-Disculpa –Dijo finalmente –Veras tengo que revisar a este paciente y  no puedo hacerlo si no te apartas –Explicó con toda la suavidad que le fue posible.

La muchacha se apartó sigilosamente y se colocó en una esquinita, de aquella manera era imposible molestarle más que un fantasma de los que circulaban por el hospital.

-¿Puedo preguntarte algo personal? –Preguntó el chico -¿Qué lazos te unen con… -Y acto seguido miró sus notas –Oscar Fuentes?
-Soy Jimena, su hermana.
-Perfecto. Veras, de haber sido su novia o algo por el estilo, tendría que haberte pedido amablemente que te fueras a hacer puñetas.

Jimena tragó en seco, pero no se atrevió a abrir la boca.

-Pero sé lo que es tener un familiar cercano en este estado –Prosiguió –Y me cuesta mucho aguantar a todas esas niñatas pijas que lloran durante tres días al enfermo y después se olvidan como si no fuese para nada con ellas.

-¿Hay muchas? –Preguntó Jimena –Novias de esas digo.
-Pues te sorprendería, la verdad, una media de tres por cada paciente joven –Admitió él –La novia, la amante y la acosadora, e incluso estas últimas se olvidan.

El doctor comenzó con su revisión, Jimena se sabía los pasos de memoria, siempre eran los mismos. Una vez acabado el chico se volvió, en su mirada podía leerse de sobra lo que pensaba “Es cuestión de tiempo que este chico se despierte”. El caso es que no lo dijo en voz alta, muchas veces las palabras que ya conocemos, tienen la capacidad de clavarse en el alma y desgárrala, hacerla jirones hasta que no quedan más que unos hilos sueltos. Sus oídos no querían más palabras de aquellas, no querían más agujeros en el alma. En los ojos de chico se leía todo, o quizás ella se había acostumbrado a leer las miradas para entender el tras fondo de las frases vagas e innecesarias que suelen decir los médicos.
En todo caso ella se sentó junto a su hermano y le tomó la mano con delicadeza. Tenía que despertar, pero no podía, algo no quería que él volviese junto a ella.

-Lo siento –Murmuró –No me acostumbro a esto.

El chico no hablo, pero se colocó tras ella y le puso la mano en el hombro. Jimena no se apartó aunque fue su primer impulso, por lo general sabía que los médicos no se involucraban tanto en los asuntos sentimentales de sus pacientes.

Finalmente se giró en redondo y abrió la puerta para marcharse. Ella no deseaba que se marchase, tenía cosas que preguntarle.

-Eres nuevo ¿No? –Aunque Jimena solía hablar a los desconocidos de Usted, le parecía raro hacerlo con un chico apenas tres años mayor que ella.
-Sí, supongo que sí.
-¿Y dónde está? El doctor habitual de mi hermano quiero decir.
-Creo que en cuidados intensivos, recién operado de una fractura de cadera. Están mayorcitos.

Y dicho esto se marchó dejándola sola. A partir de ese momento él cuidaría de Oscar, él se encargaría de luchar por traerle de nuevo y entonces ella cayó en la cuenta de que aun no conocía ni su nombre.

domingo, 17 de febrero de 2013

Capítulo 1 (primera parte)

Aviso, antes que esto hay un prlogo, por favor, leer el prologo antes (no como algunos que
 se lo saltan). Forma parte de la historia y es importante para entender las cosas.


Capitulo 1


¿Quién era él? ¿Dónde estaba? Le dolía la cabeza, el cuerpo, la mente, todo. Poco a poco se serenó y eso solo le ayudó a darse cuenta de hasta donde llegaba la situación. Se levantó aterrado, ya no le preocupaba los dolores, si no el hecho de que  estaba totalmente perdido. Miró a su alrededor, se encontraba tirado en la hierba. No había nada a su alrededor, nada. Una enorme pradera que se extendía kilómetros y kilómetros sin un solo árbol, una persona, un animal, ni siquiera una pequeña colina que acabase con la gran extensión de terreno llano.
Se percató de que iba desnudo, completamente desnudo. Como no pasaba nadie comenzó a caminar, al principio con pudor y después corrió feliz por la pradera, sintiendo como las palmas de los pies tocaban la tierra. La humedad del suelo y las flores se adhería a él, era como un recién nacido, feliz, sin preocupación alguna, sin recuerdos, sin conciencia por nada, libre por completo y el mundo se extendía frente a él. No había pensamientos impuros que ocupasen su mente pues nada había que recordar ni que pensar. Su cuerpo era flexible bien formado y obedecía bien sus órdenes, no sentía ningún tipo de dolor ni de necesidad, todo, todo y nada eran para él lo mismo, pues todo y nada le pertenecían. Ningún hombre jamás ha debido sentirse así y el no era consciente. Como un niño se tiró por el suelo, rodó por la jugosa hierba y rió con el sonido que producía el viento cuando corría de frente, enfrentándose a él. Jamás, nadie ha experimentado esa sensación. Jubilo, un júbilo puro y sencillo, nada que otros puedan envidiar, porque nada había más inocente que aquel muchacho que corría libre por la pradera. La curiosidad se apoderó de él ¿Cómo era su cuerpo? ¿Cómo era él? ¿Por qué el sol brillaba con aquella intensidad calentando su cuerpo de una forma tan apasionada? ¿Por qué las nubes flotaban en el cielo creando formas maravillosas? ¿Por qué las flores relucían con sus colores? ¿Por qué todo desprendía aquel olor a eterna primavera? 
En su mente no cabían los conceptos tristeza, odio o dolor, pues nadie había que se lo hubiese enseñado, ni nada había que se los pudiese afligir. Corrió entre saltos, gritos y risas y lagrimas de felicidad y volteretas entre las flores. ¿Cómo se llamaba aquello que sentía? En su cabeza resonó la palabra “felicidad” y decidió que era una palabra hermosa y que deseaba que designara aquella magnifica sensación.
Al cabo de horas dio con un camino  de tierra que cortaba la paradera como una enorme cicatriz cruza un rostro joven y hermoso.
Entonces sintió aburrimiento, llevaba horas andando, sin ver nada nuevo o hablar con nadie y de hecho ya se ponía el sol. El jubilo que antes había sentido fue desvaneciéndose y así, conoció el un nuevo concepto: “Soledad” y del mismo modo que sintió como “Felicidad” cobraba un sentido maravilloso, “Soledad” se hizo asfixiante e incomodo.
“Cuando yo desperté ¿No estaba amaneciendo?” Llevaba horas andando y no tenía sueño, ni sed, ni hambre, ni frio, ni calor, nada. El aburrimiento era lo único que parecía afectarle; al principio como una sencilla perturbación en la mente, después se apoderó de él y se transformó en ansiedad y la ansiedad en adrenalina. Comenzó a correr  como si su vida fuese en ello, pero no le faltaba el aire, ni sentía su cuerpo desvanecer a pesar del esfuerzo, podría pasarse así toda la vida.
“¿Qué me pasa?”                                                   
El júbilo llego de nuevo pero no iba junto a “Felicidad”
Tras mucho correr se encontró frente a una posada. Las paredes eran de piedra beige y el techo de paja muy compacta. Coronando la casa había una pequeña chimenea de piedra de la que salía humo y enredaderas con flores de colores decoraban las paredes. El espacio que separaba el inicial camino de tierra y la puerta de la posada estaba cubierto por un gracioso caminillo de piedrecitas. La puerta era de madera con una ventanita y coronada por un letrero ilegible. Las ventanas estaban divididas en cuatro cristales por dos tablones de madera e impidiendo  divisar el interior había cortinas amarillas con grandes lunares azules.
La puerta estaba abierta, pero nadie le esperaba dentro, nadie poblaba el gracioso edificio. El fuego ardía dentro del hueco para la chimenea y sobre él se calentaba un gran caldero lleno de estofado. Las habitaciones eran luminosas con aire coqueto y acogedor, amuebladas con una cómoda, una palangana para el agua, un silloncito, una cama y un armario.
“Coge lo que quieras, nadie te lo impedirá” Una voz dulce y maravillosa resonó por si cabeza. Era una voz femenina y calmante que consiguió tranquilizarle. Decidió seguir su consejo, comió, bebió y durmió. Efectivamente nadie se lo impidió, y de esa manera sintió lo que era el gusto por las cosas y agradecimiento, al igual que “jubilo” iba un poco de la mano con “felicidad” y así decidió que eran cosas buenas y que merecía la pena mantenerlas cerca.
La noche era placida, silenciosa y cálida, millones de estrellas brillaban en el cielo y la luna brillaba con su blanca sonrisa de rajita de melón.  Asomado a la ventana las admiró por primera vez, pues así era para él, no todos tienen la oportunidad de nacer. Conocía el funcionamiento de las cosas, razonaba, conocía las palabras, pero necesitaba analizar los sentimientos y etiquetarlos. Después los guardaba en tarritos de cristal y los almacenaba con mucho cuidado en las estanterías, por ahora estaba la estantería del bien, y la del mal.
Durmió o por lo menos así se lo pareció, era un descanso más bien, lo necesitaba más mentalmente que físicamente, no tenía necesidad de dormir, no sentía ninguna fatiga y no tubo atisbo alguno de sueños. Era consciente de forma imprecisa de todo lo que le rodeaba y al mismo tiempo sus parpados permanecían cerrados y su respiración era acompasada.
La mañana siguiente fue como la anterior, se sentó en una banqueta y buscó desesperadamente papel y lápiz, pero no fue capaz de encontrar. Finalmente reunió algo de comida, agua, ropa y mantas. Cargado con lo menos posible reanudó su camino y es que aunque la posada era agradable, no estaba hecha para ser un lugar fijo…

Prologo


Prologo:
Jimena estaba acostumbrándose a la nueva rutina. Despertarse por la mañana, comprender que la carga volvía a sus hombros y que el dolor no remitiría ni se marcharía de una casa llena de fantasmas. Todo se había llenado de sombras sigilosas, frías y crueles; una crueldad infinita que residía en su silencio, en su quietud.

Todo, todo tenía ahora un doble sentido: la loción para después del afeitado, el cepillo de dientes, el café sobrante que se oxidaba en una taza… Todo estaba lleno de aquella presencia, o más bien, de la falta de esta. Su madre ya se había marchado y seguramente estaría junto a la cama acariciando su mano, mostrando las fotografías de tiempos pasados y felices. Pero el no las vería, quizás oyese la voz, pero no las vería.

Se duchó rápido, se vistió rápido, vivía rápido, esa rapidez mecánica de quien sigue una rutina que le impide desmoronarse. Desayunó una tostada con mermelada y fortaleció sus venas con otra taza de café. La comida de hospitales era repugnante, llena de pesimismo y angustia. Ella no comía apenas y él lo hacía, pero un tubo que se introducía por sus venas día y noche, quizás no fuera la mejor forma de comer.

Se colgó el bolso bandolera y partió caminando hacia el hospital, ahora cargaba con un peso nuevo, un peso distinto, material y lleno de sueños y esperanzas estúpidas. Su vida, estaba tejida entre sueños, los suyos propios y el eterno de su hermano.

Cuando llegó al hospital todo estaba exactamente igual, las enfermeras de un lado a otro, los familiares preocupados sentados en las salas de espera ansiosos por recibir noticias y por último los médicos. Jimena los había admirado en otra época, todavía lo hacía, con sus batas blancas como ángeles salvadores o como fantasmas de ambulantes, según quien los mirase. Con sus prisas sus vidas ajetreadas llenas de meritos, de tensión… y aun así ¿Tanto les costaba decir una palabra de ánimo? ¿Una palmada en la espalda, una visita extra para calmar las penas del alma?

Jimena los miró con decisión, ellos trabajaban por ayudar a Oscar y ella tenía que tratarles casi con adoración. Cuando llegó a la habitación, estaba vacía. Supuso que el turno de su madre debía haber empezado ya y el estaba tumbado ahí, solo inconsciente y perdido en aquel estado imposible.
Siempre había sentido una gran curiosidad por los comas, ¿Qué sentías? ¿Qué veías? Y lo que más la obsesionaba ¿Qué oías? Pero la cruel broma del destino hizo que el que tuviese el accidente de moto fuese Oscar, que el que se quedase en coma fuese su hermano gemelo, no ella.

Desde entonces todo cambió, su madre se volvió mucho menos persona, se convirtió en un cuerpo sin vida y sin sonrisas. La nevera ya no estaba repleta como antes, solo quedaban aquellos dulces empalagosos que solo le gustaban a él y que nadie osaba tocar. Las cortinas estaban siempre cerradas y no había música rock a todo volumen escapándose tras su puerta de madera de imitación.  Tampoco había flores, todas se habían secado a principios del verano y nadie se había molestado en retirar sus esqueletos muertos y retorcidos, eran un recordatorio más del dolor.

Oscar siempre fue el alegre de la familia, el encargado de sacarles una sonrisa, de comprar churros los domingos para desayunar, de aportar su felicidad a todos. Desde que él no estaba, todo se había secado, como aquellas dichosas plantas que invadían toda la casa, desde los pasillos hasta las habitaciones.

En recepción estaba Ana, era recepcionista y la mejor amiga de su madre, Merche. Tanto madre como hija eran de tez pálida y pelo castaño claro, Merche tenía facciones más maduras, pero Jimena tenía la cara redonda y con la nariz respingona salpicada por leves pecas. Los ojos de Jimena eran de color miel y ella en sí, bajita y terriblemente delgada. Merche en cambio tenía los ojos verdes brillantes y era algo más alta con curvas y eso.

Ana la saludó con su habitual forma brusca. Era una mujer de unos cincuenta años. Era gordita e imponente, todo en Ana era imponente Mientras que otras recepcionistas compartían y se turnaba el espacio, la ventanilla de Ana era solo la ventanilla de Ana. La tenía decorada con una foto donde salían sus hijos de pequeños en el día de la madre. Tapando la parte donde debía salir su marido había una enorme foto de George Cloney. En el poyete descansaba una especie de muñeca de porcelana con forma de bruja que según ella traía buena suerte. Todo lo demás estaba impecable, los papeles ordenados por fechas y alfabéticamente, todo en uno, los lápices medían exactamente igual y jamás, jamás se le pasó un solo paciente, jamás. Ana era una especie de leyenda, levaba allí desde que fundaron el hospital (cosa que solo se repetía con un par de médicos) y no tenía reparos en gritar a quien necesitase un repaso.

-Nena, tu madre me ha pedido que te avise –Anunció con su portentosa voz –hoy coge horas extras, necesitan gente en cardiología, asique llegará tarde.

Jimena asintió y siguió el pasillo que tan bien conocía. Se sabía de memoria el número de baldosas, de manchas en las paredes, de pasos que había que dar para llegar a la habitación…
Entró en silencio, era casi como si temiese despertar a quien la esperaba dentro, claro que eso era justo lo contrario de lo que quería. Tomó la silla blanca de plástico barato y se sentó a su lado. El pecho de Oscar se elevaba lentamente acompasando su respiración, su pelo negro se esparcía por toda la almohada.

“Tiene que cortárselo” Pensó para sí, luego  recordó que no podía ni mear solo, mucho menos cortarse el pelo.

Sacó el cuaderno del bolso y se lo apoyó en las rodillas.

-Mira –le susurró- lo he traído, lo he traído para ti, para que lo leas.

El silenció inundó la habitación, un silencio que debería haber estado ocupado por la respuesta de Oscar, pero la respuesta no llegó.
-Tenías ganas de leerlo ¿No? –Dijo con un tono algo más alto –Oscar ¡Por Dios dime algo!

Las lágrimas estallaron en sus ojos de almendra y se apoyó en el pecho de su hermano. Después se retiró, no había ido allí a desmoronarse, jamás delante de él.

Abrió el cuaderno y rozó con las yemas de los dedos la primera página, le costaba empezar, nunca lo habría leído en voz alta.

“Siempre hay una primera vez” Pensó para sus adentros y por fin, las palabras fluyeron.




Espero que este prologo os haya gustado. Antes que nada quiero dar las gracias a Yaiza Vellón por crear este bog :) GRACIAS. A María Marquez que leyó los primeros capítulos y se enamoró de los personajes. A Ana Escritora por animarme a escribir y a Fer por ser el primero en leer el primer fragmento que escribí y animarme (Creo que ni se acuerda porque era por la mañana y le desperté o algo así) MIL GRACIAS
Pero sobre todo Gracias a todos aquellos que leen esto, espero que disfrutéis leyéndolo tanto como yo disfruté creándolo.. No es una historia cualquiera, al menos no para mi.