Por
fin, la voz resonó en su cabeza y entonces supo lo que debía hacer. Durante
tres días había estado completamente perdido. No había parado de andar, ni
había comido, ni bebido. Entonces sintió abandono y desolación y decidió
meterlos en la estantería mala. Eran muy pesados, le asfixiaba, le impedían
andar cómodo, hacían que se tropezase y entonces se preguntó por qué no podría
encontrar el dichoso tarro de “Felicidad”.
Solo
deseaba encontrarse a otra criatura que le hablase, que le dijese lo que tenía
que hacer. Alguien que le orientase, pero nadie acudía a su encuentro. En la
posada se había observado en un espejo y había decidido que le gustaba y
entonces sintió orgullo. Era una sensación empalagosa y algo asfixiante, cuando
la metió en el estante, el frasco empujó muy al fondo a los demás, y él había
tenido que hacer un gran esfuerzo por mantener todos los botes bien visibles,
porque todos aumentaban el frasco de felicidad. Decidió que “Felicidad” saldría
de la estantería y se quedaría muy cerca de él, para impedir que ningún frasco
de la parte “mal” se cayese por accidente y lo manchase todo.
“Te
cruzaras finalmente con una mujer que guía a una mula encargada de empujar un
enorme carro del que cuelgan todo tipo de objetos. Un par de niños mugrientos
caminan a su lado armando jaleo y peleando”
Efectivamente,
frente a él se hallaba dicha mujer, pero ahora, no sabía que decir, que hacer.
“Pide
referencias…”
Después vino el susurro inaudible característico y no tuvo más remedio que
improvisar.
Cuando
aquella voz le llegaba, sentía anhelo y al mismo tiempo una sensación extraña,
y gratitud y muchas cosas más que no podía nombrar aun.
-Disculpe
La
mujer se giró y le lanzó una mirada escudriñadora.
-¿Sabe
donde hay gente? –La pregunta le sonó extraña, pero la mujer le miró como si
fuese la cosa más razonable del mundo
-No,
nadie lo sabe en realidad –Contestó con voz grave y algo ronca –Pero puede que
algunos hipócritas aun resistan en palacio.
Aquella
mujer desprendía una sensación un poco rara que no le gustó demasiado. Sin embargo los niños desprendía felicidad y
ella también lo hizo cuándo uno de ellos la abrazó con sus bracitos.
-¿A
dónde vas? – Preguntó
-No
lo sé.
Ella
le miró curiosa. Esa era una de esas sensaciones especiales que no eran
ni de bien, ni de mal, ocupaban un tercer estante que no tenía nada que ver con
el resto.
-¿Llevas
comida?
Él
se señaló el zurrón que había cogido de la posada.
-¿Y
dinero? –Diciendo esto una sonrisa lobuna emergió entre sus labios.
¿Di-dinero?
-Veo
que no, entonces ¿Solo tienes lo que llevas encima?–Entonces se echó hacia
atrás y lanzo una fuerte carcajada.
No
desprendía felicidad, no eran como las que él había lanzado hacía tiempo en la
pradera, pero no tuvo tiempo de embotellarla y se escapó de sus manos demasiado
rápido.
-Entonces
camina recto, necesitas llegar a palacio.
-¿De
verdad?
-Totalmente,
yo debo alimentar a mis hijos –Dijo señalando a los pequeños –Y no podré si tu vienes
-Pero
¿Por qué?
-Porque
eres muy grande, apenas tenemos para nosotros. Por eso abandoné palacio. No
había nada que hacer allí. La dama se marchó para buscar tierras nuevas, fértiles
y placenteras. Nosotros creímos que podríamos aguantar sin ella, pero no
pudimos; de modo que cuándo nos llegó su primera misiva, muchos la siguieron. Aseguraba
haber encontrado una tierra nueva, recién creada, sus parajes estaban intactos
y de hecho necesitaban de nuestra presencia.
-¿Por
qué? –La interrumpió -¿Por qué necesitan de vuestra presencia?
-Porque
de lo contrario desaparecen y nunca más vuelven a mostrarse y nosotros no
podíamos seguir aquí.
-¿Por
qué?
-Porque
no podíamos mantenernos con lo que estas tierras nos ofrecían. Nuestros hijos
no crecían lo suficiente, nuestros animales no podían abastecernos. No eran
buenos tiempos. Aun así algunos se quedaron
-¿Por
qué?
Por
responsabilidad. Después se serenó todo, en palacio la situación es cómoda y
agradable, tienen todo lo necesario, es su recompensa por mantenerse fieles a
la dama. En palacio está su hogar y ellos se sienten responsables de este y
allí se quedaran. Jamás podrá decir la dama que no tiene a donde ir, pues su
casa, su verdadera casa la espera. En mi opinión, no volverá, ellos se quedaran
ahí hasta que no quede nadie, habiendo muerto todos y después el palacio
desaparecerá y san se acabo.
-Pero,
ella se fue; sabiendo que eso podía pasar, es su casa ¿Por qué lo hizo?
-Por
responsabilidad, nos debía un nuevo hogar, el anterior no podía con todos
nosotros. Pero ahora todo está bien, hay un equilibrio tanto aquí como allí
-¿Y
por qué te vas?
-Nuevas
oportunidades ya sabes me dedico a… Yo soy partera, -Dijo rápidamente –Si eso, viajo
al nuevo mundo para ayudar a que nazcan los nuevos niños, ellos me necesitan y
yo iré.
-Sin
embargo, yo creo que nací hace poco y tú no estabas.
-No
puedes haber nacido hace poco.
-Lo
he hecho
-¿Acaso
recuerdas el momento, tu madre, el dolor y la alegría de verte, su calor, su
fuerza, tu espíritu asentándose?
-No
hubo nada de eso
-¡Pues
claro que lo hubo!
-No,
yo desperté solo en la pradera y mi cuerpo era nuevo, mi mente nueva y nada
recordaba, pues nada había que recordar.
-Eso
es distinto, no es un nacimiento, estoy segura.
-¿Por
qué?
-Yo
no lo sé –Admitió ella –Pero he visto muchos nacimientos, todos somos chiquitos
y no hablamos y tú hablas, no razonan y tú lo haces. Quizás es que estas hechizado.
-¿Por
qué?
-Tampoco
lo sé, es un presentimiento. Dime ¿Cómo te llamas?
Entonces
se quedó en blanco ¿Cómo se suponía que debía llamarse?
-No
me llamo
-Debes
tener un nombre –Y al ver su mirada negativa se puso a gritar -¡Pero todo tiene
nombre! Las flores son flores y se llaman flores porque alguien dijo que era un
nombre hermoso y los demás estuvieron de acuerdo, lo mismo pasa con las nubes,
el cielo, la tierra, el mar o la hierva. Todo tiene nombre para que así podamos
hablar de ello. Yo me llamo Valania y mis hijos Pitt y Brodor
-No
tengo nombre –Dijo él pensativo, luego no puedes hablar de mí, entonces nadie
sabe de mi existencia, luego no existo.
-Y
eso no siempre es bueno –Finalizó ella.
-Dame
un nombre. Tú has ayudado a personas a nacer, has puesto nombres ¿Por qué no me
das uno?
-Por
responsabilidad –Al ver la su cara inquisitiva ella explicó –Es un sentimiento
extraño, pero muy importante. La responsabilidad conlleva obligación y
viceversa. Si te pongo nombre seré responsable de tu existencia y por lo tanto
de ayudarte a existir; pero ya tengo muchas responsabilidades. Aunque lo desee,
no puedo hacerlo, tenemos un cupo máximo de responsabilidades.
-¿Y
qué pasa si lo superas?
-Pues
que todo se te viene encima y no puedes cumplir las obligaciones, y al no
hacerlo viene la infelicidad.
-De
modo que es un mal sentimiento.
-Yo
lo calificaría un sentimiento de transición. Si eres responsable, cumples tu
obligación y si cumples tu obligación eres muy feliz. Si por otro lado no eres
responsable, no cumples tu obligación, entonces no eres feliz. El mundo se rige
por obligaciones, es decir, por responsabilidad.
Él
asintió y se puso a meditar. Ahora tenía un nuevo estante, el de los
sentimientos de transición. Allí colocó a la responsabilidad. Después se puso a
pensar, la curiosidad también iría en ese estante; porque las respuestas a las
preguntas no siempre eran satisfactorias, luego no siempre producían felicidad.